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Fruición tanguera

La Mufa - Tango instrumental

 
Por Alexander Laluz Fast

UNO. Para comenzar -porque todo tiene que comenzar en alguna línea, en algún punto-, una recomendación impertinente: no crea nada de lo que está escrito en esta página -sea en su existencia física o en su existencia virtual-.No. No crea. 

O, para ser más claro -o más amable-, mejor confíe primero en el arborescente hábito de hurgar en esa plataforma internáutica que alberga todo, o casi todo, lo que está disponible para ser visto y escuchado en el mapa musical, y dispóngase a hilvanar las líneas de un diálogo entre muertos y vivos; luego asuma que ese diálogo no tiene una extensión especificable, controlable, ajustable a las (prudentes) dimensiones una página en blanco; pero, en cada parada de esa búsqueda, disfrute, deje que los oídos se adueñen de los músculos, huesos, nervios.

Antes de todo eso, en la ventana dispuesta para anotar el asunto de este viaje ponga dos términos: La Mufa; agréguele, para afinar el listado de los hallazgos, un complemento: tango instrumental. Luego busque estos datos: Martín Pugin (bandoneón), Vivianne Graf (violín), Joaquín García (piano), Juan Pablo Szilagyi (contrabajo), Adrian Borgarelli (violonchelo). Ya dirá: hay nombres que cambian en las fichas de los videos. Es cierto, el quinteto ha cambiado parte de su formación a lo largo de sus veinte años de existencia, pero la apuesta -ya verá, ya escuchará- sigue teniendo el mismo norte. ¿Cuál es ese norte? No sea ansioso, espere, escuche, y deje que los muertos y vivos invocados en cada pieza se diviertan, disfrute con ellos, intervenga en la conversación, haga preguntas, siga escuchando, siga viendo, siga con “Talea”, con “Contrabajisimo”, con “Mar abierto”, con “Vals”, con “Nocturna”, descubra “Guerrero”.

DOS. No se preocupe por las autopsias que, con profusión de detalles y ejercicios metafóricos, se han publicado en sendos artículos periodísticos. No se atormente si no pudo descubrir -al menos en la primera audición- a Stravinsky, tampoco a Debussy, tampoco a Piazzolla, tampoco a Troilo, tampoco a Pugliese, tampoco a Gobbi, en las músicas escuchadas. Eso, seguramente, llegará después. Tampoco se preocupe por las indicaciones de procedencia de tales documentos audiovisuales; alcanzaría con saber que son de Uruguay, de Montevideo. Otro tampoco: no intente recordar cada uno de todos los detalles técnicos de las interpretaciones de este joven quinteto que decidió confesar su pasión por abrir esos diálogos con muertos que siguen sonando, así, de lo más campantes, como si la fatalidad hubiese sido derrotada en el escenario, y que se fascinaron con la entonación de nuevos sonidos que narran lo que significa vivir por/para la música. Un tampoco más: no intente argumentar, no ceda a la tentación de las palabras para explicar cómo funciona esto del ensamble, de la conversación fluida entre el bandoneón, el violín, el contrabajo, el chelo, el piano. 

No le “dé más vueltas al trompo”: sí, allí, en cada interpretación se escucha el barro, la llevada áspera y carnal, la que gana crudeza en los pasajes dramáticos, filo melódico en los más líricos, swing rítmico en los del canyengue; pero también -y a la vez- está el goce de catalizar el toque con el refinamiento inteligente de la(s) técnica(s) instrumentales cultas -académica, clásica-, la precisión métrica, el control dinámico, los contrastes texturales. ¿Cómo se revuelven las escuelas sin convertir al hecho musical en un pastiche exótico, oportunista? Deje la pregunta abierta, no se preocupe. Siga escuchando. 

 

TRES. ¿No era cierto que el tango terminó de morir con Astor Piazzolla? Ya sabe que no es -o no fue- así. 

Hay una certeza: aunque muchas veces se anunció su muerte -incluso con tono de proclama-, el tango sigue gozando de muy buena salud. Y no solo ha resistido con erguido porte la erosión del tiempo, la banal fugacidad de las modas, los encendidos choques entre académicos e innovadores, sino que dio el lujo de echar raíces en los paisajes urbanos de Montevideo y Buenos Aires para operar como metonimia de estas ciudades y eficaz dispositivo de la memoria. Así, este género rompió con la concepción lineal del tiempo: en el tango no hay "atrás" ni "adelante", sino un rico revuelto de temporalidades que se potencia en las porosidades de sus límites (los estéticos y los históricos). 

Ahora sí es conveniente que tenga en cuenta esto: el quinteto La Mufa, el mismo que acaba de escuchar y gozar, lleva veinte años lidiando porfiadamente con esa trama de memorias y temporalidades para construir eso que siempre queda como cuenta pendiente: un lenguaje propio, históricamente situado, anclado en las experiencias de lo contemporáneo, en eso que perfila una forma de ser y estar en el mundo.

 

CUATRO. Los datos básicos están, pero, seguramente, a esta altura de la escucha se vuelven necesarias algunas pistas más para entender qué es La Mufa. 

Esta historia escribió sus primeras líneas en los albores del siglo veintiuno, cuando un grupo de jóvenes estudiantes de música decidió hurgar en los mundos no visibles, en las estructuras sonoras y formales y vitales del tango, fascinados por una figura icónica y a la vez bisagra para el género, que no siempre ha sido (bien) entendida, muchas veces ha sido denostada y otras tantas admirada, otras tantas copiada, otras tantas estudiada a fondo. Si escuchó con (algo) de atención, lo “saca al toque”. Sí, Astor Piazzolla.

Ahí, en el escenario montevideano, con las músicas del maestro marplatense, con los jóvenes impulsos que entonces emergían en la escena tanguera oriental, estos jóvenes músicos experimentaron “un click”. Con esa fuente (Piazzolla), con otras tantas fuentes (Pugliese, Troilo), se plantearon el desafío de hacer música en clave local. Salieron, entonces, a caminar la noche tanguera, a hurgar archivos, a consultar a sus maestros sobre esos piques -armónicos, texturales, tímbricos, melódicos-, tanto en Piazzolla como en Debussy o Stravinsky, y que les cambiaron “la oreja”; hablaron con tangueros de añeja historia -los que “la tienen clara”- tanto en Montevideo como en Buenos Aires, y se convirtieron en sus alumnos; se la jugaron a tocar, a integrar orquestas, a acompañar cantantes, hicieron sus primeros ejercicios compositivos; se colaron en las frondosas discografías de sabios coleccionistas. Salieron a comerse el mundo tanguero. 

Y de puro tercos le torcieron el sentido popular a la palabra “mufa”, a revistar repertorios como un acto creativo; a componer -especialmente Martín Pugin, bandoneonista del quinteto, o Vivianne Graf, Joaquín García- sabiendo que las referencias -Piazzola en primer lugar- no son reservorios de fórmulas a copiar, sino que la apuesta es generar el lenguaje propio sabiendo que eso no funciona si no hay un saludable diálogo con los muertos.

 

 

 

CINCO. Con ese plan inquieto, este colectivo también se la jugó por formar comunidades. Hay mucho escrito sobre el carácter social del hecho musical, pero poco sobre esta actitud de juntar, de convocar e integrar a músicos “de otro palo”, a cultores de otras artes escénicas, de otras artes de la escritura, de otras artes visuales. Y quizás La Mufa pueda ser un interesante punto de partida para ensayar un acercamiento a esto de urdir comunidades.

Vayan algunos ejemplos. Primero, uno básico: compartir escenario con otros proyectos tangueros, como estas referencias ineludibles: Raúl Garello, el gran Leopoldo Federico, El Arranque, Ariel Arditi. O, igualmente interesante, las “juntadas” ucrónicas con Urbano Moraes y su proyecto La Celeste, o el guitarrista Juan Pablo Chapital y su ensamble, la virtuosa cantante Sara Sabah, o el guitarrista Gonzalo Franco y su proyecto en clave flamenca junto a La Plazuela, o -no es mera coincidencia- con Daniel Pipi Piazzolla y su trío de jazz. También se abocaron a la investigación histórica, interpretativa, de creadores que no siempre figuran en la vidriera más visible del tango, como el uruguayo Alfredo Eusebio Gobbi. Y convocaron a artistas de referencia para el mundo teatral montevideano, como Jorge Bolani, Ariel Caldarelli, Pepe Vázquez, también a dramaturgos, coreógrafos contemporáneos, para dar forma a proyectos inter o multidisciplinarios.

A través de estos emprendimientos, La Mufa abrió el juego a esa práctica nos siempre estimulada que intenta -y acierta a- discutir, crear, integrar ideas para darle sentido profundo a una manida expresión: tener algo que decir -aquí, en este tiempo, en esta geografía sureña- con el arte, más allá de quemar inciensos en el altar de virtuosismo y anotar más hitos en las relaciones de méritos.   

De esto han quedado trazas. Algunas ya las escuchó y vio, otras podrá apreciarlas en sus dos ediciones discográficas, La Mufa Tango y La Mufa Tango Instrumental en Vivo- o en que registrarán en los primeros meses de 2024, o podrá repasar la lista de premios que han recibido en estos años, o en la extensa lista de espectáculos.

 

SEIS. El tango, sí, ha sido -y es- uno de los (macro)géneros que incidió en la construcción del mapa musical contemporáneo, hundiendo sus raíces en una intrincada trama de mixturas estilísticas, acoplamientos a diferentes estructuras y funcionamientos sociales, a tensas relaciones con el poder, a conflictos entre tradiciones. Y se ha confirmado como una expresión viva de múltiples sentidos de pertenencias geográficas, simbólicas, culturales. El tango, sí, tiene muchas vidas posibles, con múltiples formas de fruición, y una de ellas es la inquieta y porfiada experiencia de La Mufa: hacer tango porque es urgente y necesario hacer tango.

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