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Del giro Jonbar y el tango.

Ciclo Ucronías: 20 años de La Mufa

Por Alexander Laluz Fast

Uno. Todo lo que ocurra esta tarde será excepcional: será una excepcional acumulación de preparativos, será una tarde de posibilidades. Serán unas horas -en realidad, unas pocas horas- para pergeñar una maraña de estrategias conspirativas y lograr que Piazzolla tome un café con Gonzalo, un guitarrista oriental que conoce con precisión de relojero y temperamento arrebatador los palos del flamenco. Será la tarde -y la noche- para que Debussy convenza a Stravinsky de que el toque y la cabeza armónica de Urbano pueden volar hasta la estratósfera sin munirse de artilugios industriales ni de clisés de-los-tipos-que-tocan-bárbaro, porque a él, a Urbano, le sobra swing para despegar solo con una nota. Será la tarde y será la noche en que las voces que cantan sinuosas líneas, rimas, métricas de geografías lejanas se iluminen con el virtuoso canto de Sara, y todo -y todas esas voces- tenga que ver con una cita posible con el tango, o con otros tangos posibles. Serán las horas finales de la tarde y las primeras de la noche para que Juan Pablo recorte algunas porciones de la memoria sonora acumulada en las dos orillas del Plata, las cargue de electricidad, las convierta en canto, en líneas de una virtuosa trama guitarrística, y que luego, desde una cómoda butaca de platea, Troilo le comparta algunos de sus piques. Será, al final de la noche, la oportunidad para que Astor tire algunas ideas, en un ensayo breve, sin mucho protocolo, para que el trío jazzero de Pipi se ensamble con el chelo, bandoneón, piano, violín, contrabajo en una suerte de quinteto expandido, y se (re)conquisten la pulsión rítmica, el golpe, y, luego el gesto lírico de Otoño porteño. 

Será, así será. 

 

Dos. Todo lo que ocurra esta tarde será excepcional. Así será. 

Cubierta por un paño de colores vivos, la masa se toma su tiempo para leudar. Las frutas ya están separadas en bolsas. Apios y zanahorias están cortados en pequeñas tiras. Las botellas de agua esperan en la heladera. Dos cuencos atesoran unos delicados -y secretos- preparados con mayonesa. La masa ya huele a promesa de pan.

La casa está movilizada. Estuches, instrumentos, paños, bolsas, partituras, cables, atriles. La masa espera; todos corren. 

A unas cuadras, del otro lado de la plaza que custodia el prócer, se montará la escena. Atriles, cables, partituras, bolsas, paños, instrumentos, estuches. Más cables. Micrófonos. Parlantes. 

Se hace la prueba. Nervios, dudas, silencio. La escena se convierte otra vez en sonido. Hay algunos cambios. Se ensaya un breve pasaje para ajustar las entradas. Silencio, dudas, nervios, risas. Suena. Todo listo. Los invitados ya llegaron con sus equipajes, prueban otra escena. La conversa afloja la tensión. Ahora, anfitriones e invitados juntos. Otra escena. Otras pruebas. El descanso. 

En un rato el pan ya no será una promesa; su corteza apenas crujiente cubrirá un interior aireado, suave. La mesa estará servida. Están todos los invitados. Suena “Mar abierto”.

Piazzolla, Stravinsky, Troilo y Debussy entran en escena. Ya probaron el pan recién horneado, las frutas, un soberbio licuado que improvisó Urbano. Ahora ensayan ideas, esas ideas que suenan, que emocionan, ese acorde que fascinó a Martín -¡cómo rinde ese voicing!-. ¿Qué hubiese pasado si en aquellos años hubiera conocido a estos chicos?, piensa Troilo. Piazzolla ya imagina otros vuelos para bajos y contrabajos. 

 

Tres. El tiempo existe solo cuando “ya pasó”. Y por la implacable vigencia de una ley no escrita, esa suerte de pérdida es lo más parecido a la certeza: lo que ocurrió ya no admite cambios. Sin embargo, la apariencia monolítica de esta sanción, que se consigna con esmerado rigor en los textos de historia, puede no ser más que eso: una apariencia u otro estado posible en una línea del tiempo que zigzaguea más de lo que uno pueda imaginarse. Un asunto nada menor que no solo inquieta a los imaginativos escritores de ciencia ficción, sino que es -y la historia tiene sendas pruebas de ello- un asunto central para la creación artística, y especialmente para la música: un territorio donde las “cosas y personas que nunca se juntaron" pueden reunirse en el presente para contar otra historia y romper -bienvenido sea- con las linealidades cronológicas. 

Conscientes de esa capacidad de la música -que pese a su complejidad se manifiesta con una simplicidad única-, el quinteto de tango instrumental La Mufa volvió a escena para celebrar sus dos décadas de actividad ininterrumpida con un plan: juntar lenguajes, estéticas e historias en un ciclo de cinco conciertos que, con acierto, titularon Ucronías.

A esta noticia -que, en realidad, ya no es novedad- hay que agregarle un par de detalles más. El quinteto La Mufa sigue, con una obstinación que otros han perdido, jugado a revitalizar el concepto de ciclo para sus presentaciones, un formato que abre la cancha a los encuentros, a los intercambios artísticos -como en el caso de Ucronías-, a que la interpretación del repertorio crezca, madure, se potencie, y que el público tenga la oportunidad de ser parte de ese proceso. Y el otro detalle -no menor- es su apuesta a que el tango no solo es “cosa de tangueros”. 

 

Cuatro. El ciclo Ucronías, explicó Vivianne Graf -violinista de La Mufa-, responde a una pregunta: “¿Qué pasa si…?, ¿Cómo cambiaría el desarrollo de los acontecimientos creativos cuando los géneros, las personas, sus culturas y vivencias se encuentran en esta actualidad hipervinculada?”. Esto es: (re)pensar una porción del pasado como si hubiese ocurrido de forma diferente. En fin, una ucronía.

Así, La Mufa programó cinco conciertos dobles, cinco encuentros de músicas. La idea, agregó Martín Pugin -bandoneonista, compositor, arreglador del quinteto-, “fue juntarnos con músicos con los que tenemos afinidad musical, personal, afectiva, y que tienen proyectos muy poderosos. Entonces nosotros, como anfitriones, abrimos cada concierto, luego tocan los invitados y, al final, interpretamos algo juntos. Entendimos que esta era la mejor forma de celebrar estos veinte años, un aniversario que encuentra al quinteto cada vez más comprometido con el proyecto” y enfocado a potenciar la musicalidad y la técnica de sus jóvenes integrantes; el quinteto lo completan Joaquín García en piano, Juan Pablo Szilagyi en contrabajo, y  Adrián Borgarelli en violonchelo.

En este proyecto, coincidieron Vivianne y Martín, la búsqueda se enfoca en la libertad, en el encuentro de diferentes lenguajes, tal como ocurrió en la gestación del tango. “Lo nuestro no viene en plan museístico”, subrayó Martín. “El tango es algo vivo, que crece con el cruce de músicas, tal como lo entendió y lo vivió Astor Piazzolla”.

Los primeros cuatro conciertos del ciclo fueron en la Sala Camacuá: el 1 de noviembre, La Mufa recibió a Gonzalo Franco y La Plazuela, con su notable proyecto en clave flamenca; el miércoles 8, la cita fue con el virtuoso guitarrista y compositor Juan Pablo Chapital en formato cuarteto; el 15 de noviembre, el escenario de la Camacuá recibió a la cantante y compositora Sara Sabah, también en formato de cuarteto; y el miércoles 22, el encuentro fue con La Celeste, el proyecto que tiene a Urbano Moraes en bajo y voz, Gustavo Montemurro en teclados, Martín Ibarburu en batería y Nicolás Ibarburu.

Cinco. Para el cierre de Ucronías, que fue el sábado 2 de diciembre, a las 21 horas, la cita se programó en la sala mayor del Teatro Solís. “Después de lo emocionante que fueron los cuatro conciertos anteriores -relató Pugin-, para nosotros es todo un privilegio, un desafío, culminar con un invitado muy especial: Daniel “Pipi” Piazzolla, que es baterista, compositor, arreglador… un fenómeno, que vendrá especialmente desde Argentina para tocar con nosotros con su trío de jazz, que tiene a Damián Fogiel en saxo y Lucio Balduini en guitarra. Será un encuentro muy especial, porque Pipi es el nieto de Astor Piazzolla, figura muy importante para el surgimiento de nuestro quinteto, hace veinte años, y un referente en ese proyecto que asumimos con pasión: buscar un lenguaje personal, una voz propia que se construya en libertad, como se dice, en un género tan complejo y a la vez dinámico como el tango. Y Pipi está muy en sintonía con esa búsqueda”.

Al igual que en los conciertos en la Sala Camacuá, este encuentro con Pipi Piazzola, descolló por esa apuesta a la musicalidad, más que a oportunismos efectistas con tan ilustre apellido. 

Dos ensambles, dos géneros -el tango, el jazz- que conjugaron talentos en una suerte de invocación a la leyenda de Astor Piazzolla. El plan musical, sin embargo, no se alineó con los homenajes de cuño marmóreo. Las dos performances buscaron ese sustrato conceptual que sostiene la obra del maestro marplatense, que tiene, precisamente, como uno de sus signos centrales la libertad para explorar la porosidad de las fronteras estilísticas, ese territorio que trasciende academias y devuelve a los géneros la fuerza para crecer.

 

Seis. Todo lo que ocurrió esa tarde, esa noche, fue excepcional, al punto que tarde y noche dejaron de ser límites obligatorios y obligantes para separar días, noche, estilos, historias, músicas.

Podríamos buscar otro giro Jonbar y provocar más divergencias, planteó uno de los invitados. Pero eso ya lo logramos, respondió otro invitado; aquí no quedamos varados, viajamos, y hay más chances de que esos acordes disparen más recorridos. Al fin y al cabo es música -son músicas-, agregó; aquí el tiempo no es un problema para los calendarios ni los relojes ni manuales académicos: es una cuestión de excepcionalidades maravillosas, de otros relatos posibles, de otros tangos, de otros piques. 

Todo lo que ocurrió durante esas tardes y esas noches fue así, y amerita otra horneada de pan.

 
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